domingo, 9 de junio de 2013

Prefería los "pares y nones"



-...Siete, ocho, nueve y diez! ¡Diez pies de portería! ¿y aquella? 
- Otros diez. Ya podemos elegir equipos.
Diez eran los pasos que separaban ambas farolas del parque, dos porterías improvisadas, pero equidistantes, que delimitaban el campo de batalla de nuestra clase. El honor, el amor propio, el pundonor, eran palabras que casi no conocíamos, pero que ya nos jugábamos en aquellos partidos después de salir de clase, donde afloraban las primeras rivalidades, los primeros odios y amistades. Esas miradas de desafío antes del partido que hacían que te dejaras la piel, literalmente, por llegar a cada balón, y las ganas desmesuradas de demostrar a tus compañeros tu calidad metiendo el balón entre las redes, o entre las farolas...
Pero antes del pitido inicial, había que repartir equipos, y para eso, teníamos un estricto procedimiento. En primer lugar, había que "echar a suertes" quién elegía al primer jugador, y eso se hacía jugando a "pares y nones", al mejor de tres. El ganador tenía derecho a elegir al primer jugador, y el perdedor se conformaba con ir a su zaga, sin discusiones. Uno a uno los jugadores se iban colocando detrás de su capitán hasta formar dos equipos. Ya estaba todo listo para la guerra.

Os cuento todo esto porqué me parece curioso como desde niños, sabíamos repartir. Todos nos conocíamos de sobra, conocíamos perfectamente las habilidades de nuestro compañero de pupitre, y teníamos claro a quién no queríamos en el bando rival. Además, premiábamos la victoria dejando elegir primero en el reparto. Era rudimentario, pero justo.

Ahora, volvamos al presente. Nos encontramos con una Liga Española en la que sólo dos jugadores, de cuyos nombres no me apetece acordarme, tienen el privilegio de poder repartirse a los mejores jugadores del mundo mediante un desigual reparto de ingresos, desequilibrando desde el comienzo un tablero de juego,  que presiden con orgullo ambos clubes, mientras que el resto de competidores se pelean para no caer por el precipicio. Y por supuesto, con la sofisticada red de ojeadores que tienen todos los equipos, el desconocimiento de jugadores no puede ser una excusa.

Podemos poner en entredicho la gestión de los demás clubes, e incluso alabar una magnífica dirección económica de los dos poderosos, pero de lo que no cabe duda, es que algo falla. De que algo está saliendo muy mal dentro de la Liga, de que ya nos hemos convertido en una liga bipolar en la que el campeonato se juega en una eliminatoria a doble partido en el Bernabeu y el Camp Nou como principales sedes. Y así, el fútbol se muere, y tendremos que guardar un amago minuto de silencio por la pérdida de valores. De niños salíamos a comernos el asfalto, la hierba y lo que hiciera falta con tal de ganar el partido y que tus compañeros de equipo estuvieran orgullosos de ti. Como "profesionales" el ritmo del juego lo marca el dinero que ganas si consigues meter un gol. 

Quizá, y antes de que sea demasiado tarde, sea hora de atajar el problema. Fijémonos en nuestra infancia, era divertido, fácil y justo, y eso hacía al fútbol lo grande que es ahora. Repartamos equitativamente los ingresos con una pequeña prima a aquellos que mejor lo hayan hecho el año anterior, quitémonos la falsa máscara de superioridad de "Mejor liga del mundo" y aprendamos de los modelos económicos de Premier League y Bundesliga. Quiero volver a ver los terrenos de juego llenos, repletos de banderas y bufandas, porque aquellos niños que medíamos los pasos entre farolas para poder jugar a fútbol, ahora queremos que la competición y el desafío que tanto queremos, siga vivo.

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