jueves, 8 de agosto de 2013

Al ritmo de la evolución


Tailandia, Japón, EEUU, China y una interminable ristra de países a los que clubes como Barcelona o Real Madrid viajan para hacer algo que ellos llaman pretemporada. Siempre he considerado la pretemporada como ese espacio de tiempo antes de empezar la competición oficial, que sirve para volver a coger el tono muscular, recuperar la resistencia y la capacidad física después de las vacaciones, y asimilar los conceptos técnicos del nuevo entrenador, si lo hubiese. Lejos quedan aquellas concentraciones en pueblecitos remotos del norte de España, buscando la brisa fresca de los Pirineos o el amable amparo de la Cordillera Cantábrica. No hay que darle muchas vueltas a la cabeza para llegar a la conclusión una vez más, de que el dinero lo puede todo. Un dinero que organiza giras mundiales interminables, cuanto más remoto sea el país y más billetes suelte, mejor para todos. Se deja en un segundo plano el aspecto deportivo para dar rienda suelta al negocio. El fútbol como deporte da paso al espectáculo del fútbol dejando como mera anécdota cualquier atisbo de preparación física. Claro, la imagen de Messi en el Muro de las Lamentaciones vende mucho más que la de Neymar posando con una cabra asturiana. Sinceramente, no me creo que blaugranas y merengues lleguen en plena forma al debut del campeonato doméstico. La fatiga acumulada, los viajes infinitos, el jet-lag, o la falta de sueño deben pasar factura a sus jugadores. Por mucha estela de estrella que tengan, siguen siendo humanos.
Esa es la triste realidad, estamos siendo testigos de la evolución del fútbol, ni más ni menos, cuyos genes dominantes se tiñen de verde dólar, y que lleva a la tumba a todo aquel equipo que no sea capaz de adaptarse al nuevo ecosistema. Una genética que no tiene por qué venir de serie, sólo basta que la mutación se dé en forma de petrodólares manchados de vodka o disfrazados con turbantes, multimillonarios que se compran un club e inyectan miles de millones de dólares al sistema dinamitando el mercado, y dejando desfasado y en la estacada al que no siga el ritmo de su inversión.
Y en este preciso punto es donde entra en juego la, desde mi punto de vista, excelente gestión de Amadeo Salvo de la pretemporada en general, y de la estancia en tierras americanas en particular. El conjunto ché empezó su stage en un pueblecito remoto de la sierra alemana -quizá no sea en Asturias, pero se le parece-, y aprovechó su estancia allí para hacer las cosas que deberían hacerse en una pretemporada: coger el tono muscular, recuperar la resistencia y la capacidad física después de las vacaciones, y asimilar los conceptos técnicos del nuevo entrenador, que lo hay. Y sin pensarlo dos veces, el equipo viajó a EE.UU para jugar el torneo más prestigioso del verano y ponerse a la altura de equipos como el Real Madrid. Y aquí es donde aprovechó el máximo dirigente ché para calzarse su traje de empresario implacable y enfundarse la aleta de tiburón a la espalda y empezar a hacer negocios. Que si ahora me reúno con la mayor empresa de marketing deportivo del mundo y le presento mi proyecto, que si después cierro un trato para la explotación y terminación del Nou Mestalla con una de las entidades más prestigiosas de los EE.UU, o que termino haciéndome la foto de rigor con el alcalde de Miami.
El presidente no está haciendo otra cosa que adaptarse a su entorno para que la vorágine de la evolución no le termine comiendo. Y si además, el equipo gana con solvencia sus dos encuentros en territorio yankee y demuestra que la verdadera pretemporada ha sido todo un éxito, sólo queda levantarse del asiento y aplaudir.
Amadeo tiene el claro objetivo de situar al Valencia CF entre los grandes de Europa, tanto deportiva como económicamente, y quizá y sólo quizá, este gigante dormido de Djukic pueda sorprender a unos líderes de la evolución que corren el riesgo de cegar completamente el aspecto deportivo. Porque al fin y al cabo, en lo más profundo del ADN del fútbol, siempre habrá un balón rodando.

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