lunes, 1 de julio de 2013

Amanecer

Posiblemente se veía venir y teníamos los ojos tapados con una enorme venda color orgullo, seguramente nadie hubiera apostado por un resultado tan abultado, ni siquiera los propios brasileños, y quizá lo mejor que nos podía pasar es que alguien nos pegará tal baño de humildad que nos devolviera a la realidad de un sólo golpe.
No hubo ni un solo momento en que nuestra selección mostrara un ápice de superioridad ante el combinado carioca. Una jaula de presión asfixiante que encerraba a España en su propio toque, que ahogaba a los jugadores en un centro del campo impracticable y que catapultaba a los brasileños a un contraataque letal que encontró premio demasiado temprano. El cansancio físico, la temperatura y la humedad en el terreno de juego o las molestias físicas de algunos de nuestros jugadores no pueden ser nunca una excusa ante la exhibición que la pentacampeona ha desplegado hoy en su campo, en su casa, en Maracaná. 
Tres goles que sucumben los cimientos de todo un país, que rompen los esquemas de toda una nación que se había acostumbrado a arrasar allá donde iba, a terminar de forma aplastante con cualquier rival que le intentara hacer frente y alzar los títulos con una insultante facilidad. 
Con la final ya perdida es muy fácil decir esto, pero la fiesta debía acabar ya. El mundo multicolor en el que nos habíamos asentado no era sano desde ningún aspecto para la competitividad, las victorias se sucedían unas tras otras al mismo ritmo que la autocrítica iba perdiendo fuerza hasta quedarse en una mera anécdota. Miles de habitaciones forradas con imágenes de la selección levantando el Mundial y sendas Eurocopas que tapaban años de fracasos y derrotas dolorosas, un dulce somnífero que nos sumía en un precioso sueño del que ninguno queríamos despertar. 
Pero el sueño tiene mucho de realidad, y esa realidad nos muestra que hemos sido la mejor selección del mundo durante cuatro años inolvidables, esa realidad nos ha enseñado que la magia del toque y el fútbol-salón puede derribar cualquier muralla siempre que el coraje, el talento y la ilusión vayan cogidas de la mano.  Que hemos asentado la mejor base posible para el futuro y que lo que debemos de hacer ahora es volver a reconstruir el equipo, tapar las fisuras que han ido surgiendo por el paso de tiempo y cimentar nuestro juego para que la miel de la victoria vuelva a rozar nuestros labios.
Puede que Xavi esté en el ocaso de su carrera y su visión de juego se haya deteriorado, puede que Villa y Torres ya no sean los delanteros letales que atemorizaban a los defensas rivales con su sola presencia, o que haya que reforzar puestos débiles como los laterales de la defensa en relación a las selecciones más punteras. Pero no tengo la menor duda de que la derrota de esta noche, y sin querer parafrasear a un tal Valdano, es una derrota llena de utilidad, una derrota que nos muestra todos nuestros puntos débiles, que nos enseña el camino de las generaciones que vienen tirando las puertas de la Selección a base de títulos internacionales, una mazazo de realidad que fuera de convertirse en un final de fiesta, acerca más a nuestra selección a un nuevo amanecer.

Brasil, te esperamos el año que viene.



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