lunes, 29 de julio de 2013

Una religión llamada "Curva"


Cómo en todas las historias épicas, empecemos desde el principio. Faltaba casi una hora para el pitido inicial, y ya estaba enfilando los vomitorios de Mestalla camino a mi asiento en la Curva Nord, mi primera experiencia en la mayor grada de animación en España. El verdor del terreno de juego estallaba en mis pupilas mientras una enorme sonrisa en forma de felicidad se dibujaba en mi rostro. Volví a echar un ojo a mis entradas, esas que ya me sabía de memoria de tanto mirarlas durante la última semana, aprendiéndome de carrerilla la fila y la butaca que me tocaba. Impresionaba ver la cantidad de espacio que la grada había conquistado en Mestalla y no podía dejar de imaginarme cómo sonarían 2000 gargantas al unísono en cuánto empezara el partido. Un hormigueo incesante de almas iba rellenando poco a poco las butacas, el espacio libre se iba convirtiendo en anécdota y las primeras palmas aparecían en Mestalla. Salía el Milán a calentar y no tardaron en llegar las primeras alusiones a su máximo rival, calentábamos las gargantas al ritmo que el "Inter, Inter" nos marcaba. Quedaban apenas cinco minutos para que el Valencia jugará su primer partido de la temporada en Mestalla, y por los altavoces nos pedían silencio, nuestro particular homenaje a las víctimas del accidente ferroviario en Galicia debía salir perfecto para honrar como tocaba a los fallecidos en las vías. Los jugadores salían al terreno de juego y se preparaban para el minuto de silencio, mientras la Grada desplegaba una enorme pancarta de ánimo, enviando parte de nuestra fuerza en viaje directo a tierras gallegas.
El silbido del árbitro inundó cada recoveco de Mestalla, y las palmas ya no cesaron en los noventa minutos. Garganta sobre garganta, cántico tras cántico, la voz de la curva resonaba en el templo del valencianismo, una caldera que no dejaba de animar, con miles de personas brazos en alto prestándole su voz al equipo para llevarlo en volandas a la primera victoria.
Guaita detenía el penalti que él mismo provocó, pero un par de minutos después, Robinho servía fría su particular venganza en forma de tiro cruzado y fusilaba al valenciano poniendo el 0-1 en el marcador. NADIE dejó de cantar. "En las buenas y en las malas" la fuerza de los cánticos intentaba levantar a un equipo que no terminaba de engrasar las jugadas, que no acababa de encontrar la fluidez en el centro del campo para llegar a la portería del rival. Un rival que se encontró con un misil teledirigido de De Jong directo a la escuadra. 2-0, y repito, nadie dudó en mantener los brazos arriba.
Quince minutos de descanso que daban comienzo al segundo tiempo, los altavoces volvían a jalear, volvían a instar a los aficionados a seguir cantando y a mantener el sonido de las palmas en el aire. De los pies de Jonas salía un pase bombeado que nuestro filial, Paco Alcácer controlaba con maestría haciéndole un lío monumental a la defensa italiana dentro del área, para dejarle a Parejo empujar el balón dentro de las mallas. Llegaba el primero del Valencia, y en la Curva nada cambiaba, la intensidad de los cánticos seguía siendo exactamente la misma.
Fede Cartabia, Bernat y Viera enchufaron al equipo y le dieron la chispa de vitalidad que les faltaba para marcar el segundo gol, a su vez, las senyeras empezaban a tocar el cielo y el himno del Regne sonaba en Mestalla, el vello erizado y los pelos de punta acompañaban mi voz, mientras que el orgullo no cabía en mi pecho. Fue lo mejor que he vivido en Mestalla en mis 20 años de vida.
El gol no llegó, el equipo mejoró muchísimo en la segunda parte y mereció algo más que la triste derrota. La gente salía en tromba del estadio mientras la Curva acompañaba al equipo hacía la salida con un eco incesante. "Valencia, Valencia".

En esta entrada tan especial, me gustaría hacer una pequeña reflexión. Si hay algo que verdaderamente no me esperaba de esta experiencia, que realmente me llamó la atención, fue el comportamiento de los presentes en la Curva. Me explico. En ningún momento, la intensidad bajó, nadie dudó. Marcará el Milán o el Valencia, fuera la acción que fuera, la grada se mantenía impasible con su cántico y su voz. Sólo puedo sacar una única conclusión de esto. El Valencia es algo más que un equipo, algo más que sólo fútbol o que un mero deporte. El Valencia para la Curva dibuja los colores que tiñen su corazón, el orgullo mueve los hilos de sus brazos y su amor hacía el club brota en forma de canción. Nada ni nadie de los que aparece en el terreno de juego importa más que este sentimiento, Porqué para ellos, y para mi, ser de Valencia no es un hobby, es una forma de vivir, una religión que nos marcará de por vida.

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